El laberinto del 11-S
Oliver Stone y Guillermo del Toro, dos visiones peculiares para dos trágicas películas
World Trade Center (29 de septiembre). Polémico, controvertido, mal encarado. Oliver Stone es sin duda uno de los realizadores más personales de la industria, pero también uno de los que más opiniones enfrentadas genera. Entusiasta de la política, ha retratado con mejor o peor acierto las figuras de John Fitgerald Kennedy, Eva Perón, Richard Nixon o Fidel Castro. Pero también nos ha sometido a innnecesarias veleidades fílmicas como Un domingo cualquiera, De fosa en fosa o la acartonada Alejandro Magno.
Por lo tanto, su peculiar visión del atentado contra las Torres Gemelas podía ser una brillante obra o una historia plomiza, inverosímil y coñazo. Afortunadamente, esta vez ha sido lo primero. World Trade Center es un desgarrador, necesario, conmovedor relato del 11-S desde el punto de vista de uno de los miles dramas humanos que aquel día fueron retransmitidos en directo.
Tal es el caso del rescate efectuado a cinco agentes de la Autoridad Portuaria, que formaron parte del primer contingente que llegó a las torres tras el atentado. Will Jimeno y el sargento John McLoughlin quedaron atrapados con tres compañeros más al derrumbarse una de las torres mientras ayudaban en su evacuación. El agónico rescate de entre los restos de hormigón y vigas duró doce horas en las que la solidaridad, la ayuda, la esperanza y el dolor hicieron mella en estos héroes y sus familias.
Sin ánimo panfletario, sin emociones de las propias relatadas por los protagonistas directos de la historia, sin revisionismos, con una inteligente dirección, Stone retrata acertadamente el derrumbe moral y político de una sociedad obligada a recomponerse de sus contradicciones y veleidades de la forma más cruel posible. La cinta está rodada con tensión, excelente fotografía y un realismo que estremece y sobrecoge. Lo mejor, sin duda es la caída de las torres. Difícilmente se podrá narrar mejor ese aterrador y real momento.
La distancia (29 septiembre). El cine español tiene una deuda pendiente con el cine negro. Pocas son las producciones que se adentran en este género y escasísimas las que llegan a interesar. De las últimas intentonas, sólo La caja 507 convenció y gustó.
Precisamente el protagonista de aquella, José Coronado, es uno de los rostros de La distancia, interesante debut en la dirección de Iñaki Dorronsoro. En su papel principal se encuentra el guapísimo y también debutante Miguel Ángel Silvestre, al que pudimos ver en Motivos personales y la fallida Vida y Color, de Santiago Tabernero.
Con el boxeo como trasfondo, la cinta explora la redención personal y el sentimiento de culpa a través de la experiencia de un joven boxeador venido a menos que se ve involucrado en una oscura trama de corrupción policial y asesinatos.
Un guión bien trenzado y una fotografía cuidada al extremo hacen recomendable una película con un estupendo plantel de actores (junto a Coronado y Silvestre aparecen Federico Luppi y Lluís Homar). La distancia consigue su objetivo: entretener. Pero tampoco mucho más.
El diablo viste de Prada (6 octubre). Estamos sin duda ante uno de los mejores trabajos de Meryl Streep. No me cansaré de decir que la Streep es una de las actrices más completas del cine actual. Merece otro Oscar, y muchísimos más.
Lamentablemente, la Streep es lo mejor de El diablo viste de Prada, una película que podía haber sido más comedia, más ácida, más irónica, más petarda y se queda en correcta y moral sátira de las ambiciones de poder y triunfo.
Meryl Streep es Miranda Priestley, editora de Runway, la revista encargada de dictar lo que es y no es Moda. Y Anne Hathaway es Andy, la secretaria de Miranda, “el puesto con el que sueñan un millón de chicas”. Miranda es el diablo personificado en jefe. Ambiciosa, tenaz, implacable. Y Andy es una muchacha sencilla, que no sabe distinguir un Gucci de un Dolce y Gabbana y vive al margen de tendencias impuestas.
Claro, el choque entre ambas está garantizado. Lamentablemente, cierta dosis de moral, y una historia políticamente correcta resta carácter a un guión basado en la experiencia personal de la que fue secretaria personal de la editoria del Vogue americano, en cuya peculiar figura se basa este diablo que viste de Prada.
El laberinto del fauno (11 octubre). Guillermo del Toro es un director dotado de un especial universo fílmico dotado de una extraordinaria originalidad. Mexicano pero asentado a medio camino entre Hollywood (donde ha rodado títulos comerciales como Mimic o Hellboy) y España (donde invierte los beneficios en películas de autor como El espinazo del diablo), Del Toro es una de las voces del cine actual más brillantes.
Muestra de ello es el alarde de imaginación y lirismo de una pequeña joya titulada El laberinto del fauno. La acción se sitúa en 1944, quinto año de la “paz” impuesta por las armas en España. El capitán Vidal (Sergi López) recibe la visita en el cuartel de la montaña de su reciente y embarazada esposa, Carmen (Ariadna Gil), y su hija Ofelia (Ivana Baquero).
Mientras el capitán se dedica con extrema crueldad y disciplina castrense a matar a un grupo de “maquis” republicanos refugiados en la montaña, Ofelia se adentra en un misterioso mundo al conocer a un fauno del bosque que le indica que ella es una princesa, última de su estirpe, a la que los suyos llevan mucho tiempo esperando. Para poder regresar a su mágico reino, la niña deberá enfrentarse a tres pruebas antes de la luna llena.
El laberinto del fauno es un derroche de terror gótico. Una magnética e inquietante película que nos habla de los paraísos perdidos, de la eterna lucha entre el bien y el mal, de lo patética que es la opresión, pero que también nos muestra que la dignidad y los ideales pueden prevalecer frente a la peor de las injusticias.
Junto a Salvador, este ejercicio de libertad rodado por Del Toro constituye lo mejor del cine español en este 2006.