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4 meses, 3 semanas, 2 días
Puntuación: 5 estrellas
Ya no provoca sorpresa que una cinematografía de tan modesta cosecha como la rumana -apenas quince títulos el pasado año- nos entregue periódicamente una gran obra. Tras La muerte del señor Lazarescu y 12:08 Al Este de Bucarest, le ha tocado el turno a 4 meses, 3 semanas, 2 días. Desde la obtención de la Palma de Oro a la Mejor Película en el pasado Festival de Cannes, esta cinta no ha parado de acumular excelentes críticas y numerosos premios, aunque contra todo pronóstico se haya descolgado a última hora de la carrera de los Oscar.
En 4 meses, 3 semanas, 2 días, su director y guionista, Cristian Mungiu, nos introduce en las miserias de la ‘edad de oro’, el eufemismo con el que el dictador comunista Nicolae Ceausescu se refería a su aterrador régimen.
Pero que no haya equívocos: ésta no es una cinta sobre el comunismo. Frente a Goodbye, Lenin o La vida de los otros, Mungiu emula a autores como Krzysztof Kieslowski y sitúa el comunismo en el plano imaginario del espectador.
Tampoco se trata de una cinta sobre el aborto, aunque una de las dos protagonistas esté embarazada (a ello alude el título de la cinta). El deseo de Gabita es, efectivamente, abortar y su única posibilidad es encerrarse en la habitación de un hotel y contratar los servicios del “Sr. Bebé” -un tipo en el polo opuesto de la Vera Drake que interpretó Imelda Staunton-.
Esto se debe a que el aborto fue una práctica ilegal en la Rumanía comunista, hasta el punto de que si una mujer reclamaba asistencia urgente en un hospital por un aborto mal practicado, las leyes impedían a los médicos ayudarla si antes no delataba a quienes colaboraron con ella. Se calcula que más de medio millón de mujeres perdieron la vida en abortos clandestinos.
En realidad, 4 meses, 3 semanas, 2 días es una paranoica y terrible pesadilla. Una historia sobre la sordidez, la degradación humana, la delación, la corrupción, el miedo. En cada escena existe el agobiante suspense de comprobar si estas dos muchachas escaparán, si el dinero será suficiente para ocultar la verdad, si por una vez la poderosa delación no se saldrá con la suya.
Mungiu ha rodado una cinta terrible, llena de claroscuros, con una estética naturalista, rodada en una sola toma y con unas interpretaciones sobresalientes. Anamaria Marinca (a la que pronto veremos en la nueva cinta de Coppola) y Laura Vasiliu logran un realismo en sus personajes que traspasa la pantalla para instalarse en algún lugar del subsconciente del espectador del que ya nunca saldrá. 4 meses, 3 semanas, 2 días es una cinta magnífica, eso que algunos llaman una obra maestra.
Lo mejor: El empeño del director en despojar de todo artificio a la historia.
Lo peor: La escena de la fiesta familiar ralentiza el ritmo.
Hacia rutas salvajes
Puntuación: 4 estrellas
Hay muchas escenas profundamente conmovedoras en esta rugosa, imperfecta, fascinante, intimista película que Sean Penn ha rodado con excelente pulso y acierto. Un anciano que se sabe el último de su extirpe familiar propone al protagonista, un joven de 22 años, adoptarle como hijo o como nieto. Lo que prefiera.
El anciano (impresionante Hal Holbrook, nominado al Oscar por este papel) acaba de descubrir una salida oculta en el callejón agónico de su vida, una puerta emocional cuyo umbral es el valor de ser libre, de entender que la soledad tiene sentido cuando hay alguien al lado con quien compartirla.
Esta será también la lección final que deberá comprender Chris McCandless, un joven que a sus 22 años dejó de lado un futuro prometedor para lanzarse en un viaje identitario por Estados Unidos sin destino final y con la sola compañía de su mochila. Este joven es el protagonista de Hacia rutas salvajes, el trabajo más independiente, valiente, humano e idealista en la corta trayectoria como director de Sean Penn.
¿Chris fue un soñador ingenuo? ¿Un ‘outsider’ inconsciente? ¿Un predicador de la libertad? ¿O simplemente un vividor enemigo de etiquetas? Es difícil valorar la trascendencia real de la aventura de McCandless en su peregrinar en busca de sí mismo. Pero ojalá que su mensaje de libertad cale hondo en la paralizada juventud mundial.
Penn ha rodado una cinta rugosa, imperfecta, fascinante, una hermosa elegía reflejada en los ojos cristalinos de un magnífico Emile Hirsch. En dos horazas y media de película, el director reflexiona sobre la libertad, el sentido de familia, el paso a la madurez, la conflictiva relación entre el hombre y la naturaleza, la imprescindible necesidad de salirse de la norma para fijar un camino propio. Y sobre todo lanza una de las más acertadas visiones sobre la soledad que se han rodado en el cine moderno. En Hacia rutas salvajes, Sean Penn demuestra oficio, maneras, clasicismo, que es todo un artesano del cine.
Lo mejor: El magnífico trabajo coral de los actores, la banda sonora de Eddie Vedder y la proeza de rodar en los mismos enclaves que pisó Chris.
Lo peor: Que en las nominaciones a los Oscar no haya cosechado más que dos candidaturas.
XXY
Puntuación: 3,5 estrellas
Álex es una joven de 15 años en ese conflictivo momento de la adolescencia en el que el cuerpo pide una cosa y la moral otra. Ese punto en el que debe definirse la identidad personal y sexual del invididuo.
Para Álex, este tránsito a la madurez sería igual que para el resto de adolescentes sino fuera porque nació y creció hermafrodita, con lo mejor y lo peor de los dos sexos. Para ocultar a la muchacha de las garras de la censora sociedad, sus padres decidieron refugiarla y refugiarse en una remota población costera uruguaya.
La tranquilidad de la familia se ve rota cuando una pareja de amigos -cirujano él- y su hijo Álvaro llegan hasta la casa invitados por la madre de Álex. Es el momento en el que los secretos ocultos afloran: los padres de Álex tienen diferentes visiones sobre el futuro de su hija, el matrimonio invitado no está tan bien avenido como aparenta y el joven Álvaro inicia otro viaje identitario para descubrir su verdadero yo en los brazos de una descarada Álex.
Pocas veces frecuentan nuestra cartelera películas tan honestas, íntegras, emocionantes y formalmente bellísimas como este drama en torno a la identidad sexual y la aceptación de la diferencia en una sociedad que todo lo juzga y homogeniza, un ente representado en ese cirujano obsesionado por operar y esos muchachos dispuestos a todo para reprimir la diferencia.
Numerosas películas han reflejado este periodo convulso de la adolescencia. Lo que hace diferente y grande a XXY es mostrarnos a un personaje infrecuente como Álex y el que su historia se narre sin sensacionalismos, sin morbo, sin amarillismo, sino desde el sentimiento, desde el alma, desde la sencillez. La ópera prima de Lucía Puenzo es un hermoso canto a la libertad, a la belleza de la diferencia.
Puenzo ha contado con el apoyo de algunos de los actores más soberbios del cine argentino: Ricardo Darín, Germán Palacios, Valeria Bertuccelli o Carolina Peleretti. Pero demostrando que el relevo generacional viene pegando fuerte, los dos protagonistas, los jovencísimos Inés Efrón y Martín Piroyanski, agarran por los cuernos el toro de sus difíciles interpretaciones y emocionan y enternecen con su magnífico trabajo.
Lo mejor: La ternura con la que son retratados los dos protagonistas: Álex y Álvaro.
Lo peor: El personaje de la madre de Álex no está tan definido como el resto.
Expiación. Mas allá de la pasión.
Puntuación: 3 estrellas
El británico Joe Wright demostró en su anterior proyecto, Orgullo y prejuicio, su especial ‘sentido’ y ‘sensibilidad’ para retratar los infortunados malentendidos que liquidan el amor y la clasista sociedad británica de la época victoriana.
Mientras Wright remataba esta nueva adaptación de una novela de Jane Austen, los productores del film decidieron regalarle una irresistible perita en dulce: la adaptación del best-seller Atonement, de Ian McEwan. Una compleja obra que narra el viaje emocional emprendido por Briony Tallis, una joven aspirante a novelista cuya distorsionada y casual percepción de dos acontecimientos triviales marca y condiciona dramáticamente la relación amorosa entre Cecilia, su joven hermana, y Robbie, el hijo del ama de llaves de la familia.
Por encima del épico romance de los protagonistas, en Expiación el espectador se sitúa ante una cruda reflexión: la vida no se cimenta sobre éxitos o fracasos sino únicamente sobre consecuencias, que inherentemente encierran el insalvable sentimiento de culpa y la inevitable liberación del pecado, dos conceptos clave que han modelado la sociedad occidental en los últimos veinte siglos.
Era misión de alto riesgo abarcar en dos horas de metraje toda la intensidad y vivos matices de la novela original, sobre todo si se tiene en cuenta la dificultad añadida de que la acción se sitúa en tres épocas distintas de la historia de Gran Bretaña: el verano de 1935, la II Guerra Mundial y el momento presente.
Tanto Wright como su guionista, Christopher Hampton (Carrington), salen indemnes de la aventura. Así lo avalan las siete candidaturas cosechadas en los Globos de Oro y las que llegarán en los Oscar. La narración mantiene la dulzura, hondura y aplomo del texto original, sobre todo en su primera parte, donde los sentimientos ocultos afloran en una atmósfera altamente cargada de tensión y secretos.
Para recrear este drama en tres actos, el director británico se rodeó de gran parte del equipo que le granjeó el reconocimiento de crítica y público con Orgullo y prejuicio. Repiten montador, diseñadora de vestuario, de producción y el autor de la soberbia banda sonora, Dario Marianelli.
También repite Keira Knightley, contenida, sensual, en el papel de Cecilia. A su lado, la réplica amorosa la otorga el eficaz James McAvoy (El último rey de Escocia). Sucede que ambos quedan ocultos bajo la talentosa, enigmática, inquietante interpretación de las dos jóvenes actrices (Saoirse Ronan y Romola Garai) que dan vida al personaje de Briony Tallis, auténtica protagonista de la acción hasta el punto de que es ella, ya en la anciana piel de la imperturbable Vanessa Redgrave, la encargada de cerrar el relato con una reflexión sobre la moral del creador, sobre la imposibilidad de alcanzar la expiación cuando no hay nadie al lado que conceda el perdón.
Lo mejor: La primera hora, donde la tensión hace irrespirable la atmósfera de la mansión.
Lo peor: En el tramo medio la historia pierde un fuelle que sólo recupera en su inteligente final.
En el valle de Elah
Puntuación: 3 estrellas
Han sido numerosas las cintas que en los últimos meses han retratado desde diferentes perspectivas, con mayor o menor acierto, los horrores de la guerra de Iraq. Desde el sensacionalismo bélico de Redacted a la superficial La batalla de Hadiza. Desde el activo patriotismo de La sombra del reino a la profunda reflexión crítica de quienes organizan y alientan el matadero en Leones por corderos.
Paul Haggis no escribió En el valle de Elah desde el activismo político. Pero frente a todas ellas, ha logrado la más acertada, profunda y desoladora reflexión sobre las consecuencias que la guerra provoca en sus partícipes. La guerra, como tal, sólo aparece unos minutos. Haggis prefiere centrar su atención en los soldados, en esos seres metódicamente convertidos en asesinos a quienes se exige la vuelta a la normalidad humana a su regreso a casa.
Es el caso de Mike, un joven que en su primer fin de semana de vuelta a casa desaparece sin dejar rastro. Su padre, Hank (Tommy Lee Jones), un veterano de guerra, inicia la búsqueda de su hijo junto a una joven policía (Charlize Theron) que le ayuda en su investigación. En el valle de Elah alterna la investigación policial con el viaje interior que sufre ese padre patriota, recto, esquemático cuyo código de valores se desmorona a medida que avanza el metraje, y esa agente local reservada, inexperta, insegura, que aprende el necesario valor para luchar en su vida diaria.
Un silencioso, austero, sobresaliente Tommy Lee Jones nos muestra en cada arruga de su cara, en cada mueca torcida, en cada mirada al vacío, el profundo horror de quien debe luchar contra su propio dolor para encontrar la verdad. Hank es David retando con su honda al gigante Goliat en el bíblico valle de Elah al que hace alusión el título. Es el ser enfrentado a todo y a todos por encontrar la verdad mientras se despoja de todas sus creencias. Es la sociedad americana frente a sus gobernantes.
Haggis ha compuesto una oda sobre el honor, sobre la protección a los seres queridos, el falso patriotismo, sobre las decisiones terribles que a veces hay que tomar, sobre la obligatoriedad de que al morir prevalezca un recuerdo justo que honre la memoria. Y nos recuerda de paso que la guerra de Iraq es una invasión que ya pocos comprenden.
Imperfecta en su tramo final, esquiva por momentos, grandilocuente en algunas escenas, este grave y emocionante thriller dramático se queda un puntito por debajo en la magnífica trayectoria del guionista de Million Dollar Baby, Cartas desde Iwo Jima o Crash, en la que Haggis debutó como director y convirtió en gran triunfadora en la pasada ceremonia de los Oscar.
Lo mejor: Haggis saca oro de los actores. Atención a la efímera Susan Sarandon.
Lo peor: La grandilocuencia con que resuelve varias escenas, entre ellas el final.
Los crímenes de Oxford
Puntuación: 2 estrellas
Álex de la Iglesia se nos ha vuelto serio. En el camino que transcurre entre El día de la bestia y Los crímenes de Oxford, el cineasta vasco ha ido poco a poco desprendiéndose de su freakismo, irreverencia, gamberrismo y en esta nueva cinta apenas hay rastro del humor que ha caracterizado todos sus trabajos, especialmente los tres últimos (La comunidad, 800 balas y Crimen ferpecto).
Es decir, Álex de la Iglesia ha madurado. A pesar de su probable disimulo, la línea estilística que ha trazado ha sido coherente, siempre hacia un cine más depurado en abandono lento pero progresivo de la mezcla de géneros diversos -el gore, el terror, el slasher, el western, el drama o la comedia negra- para situarse en el terreno de lo uniforme pero no por ello esquemático.
Los crímenes de Oxford es un film de encargo, adaptación de una novela del argentino Guillermo Martínez, y por tanto cuesta mucho reconocer al Álex de la Iglesia que hasta ahora manejábamos. Lo que en sí mismo es todo un acierto que demuestra que, por encima de todo, sabe salir indemne de cualquier género.
El punto de partida es la muerte de de una anciana es el primero de una serie de asesinatos con inquietantes puntos en común. De su resolución se encargan un prestigioso profesor de Lógica y un joven estudiante americano recién llegado a la universidad.
Es un thriller altamente discursivo, algo cáotico, excesivamente reflexivo en su complicada mezcla de filosofía y matemáticas. Se estructura en forma de juego de muñecas rusas en el que que en cada verdad, en cada toma de decisión, en cada asesinato encierra otra verdad, otra decisión y sí, otro asesinato.
La telaraña que teje el director con su coguionista -no exenta de alguna trampa para el espectador- se parece mucho al primer Hitchcock: dotan a la cinta de transfondo dialéctico, acertados encuadres sin olvidar la lógica variante de unos personajes convertidos en títeres del destino. No por ser bueno, el intento es redondo. El guión tiene muchas fugas, artificios innecesarios y, lo más importante, no empatiza con el espectador, que acaba sin importarle quién es el asesino en medio de un discurso hueco sobre la culpa.
Lo mejor: El trabajo interpretativo de John Hurt y el falso plano secuencia del primer asesinato.
Lo peor: El errático comienzo y el enrevesado final.
El amor en los tiempos del cólera
Puntuación: 1 estrella
De acuerdo. Trasladar a la gran pantalla el realismo mágico, la honda reflexión existencial, el devenir trágico durante más de medio siglo de los personajes de la novela era un reto de colosales proporciones. Lógico que al productor de la película le haya costado más de tres años convencer a Gabriel García Márquez de que le vendiera los derechos de la obra.
Pero si de magníficas novelas han surgido epopeyas como Lo que el viento se llevó, Ben-Hur o Cumbres borrascosas, dramas inmortales como Sentido y Sensibilidad, Como agua para chocolate, El cartero y Pablo Neruda, Lolita o El padrino, angustiosos thrillers como El silencio de los corderos, Carrie o Misery, y escalofriantes cintas como El resplandor o el Drácula de Coppola, ¿qué factores dificultaban la adaptación de El amor en los tiempos del cólera?
Digo esto porque algunos justificarán el fracaso de esta banal, mediocre, colérica película excusándose en la dificultad de traducir en imágenes las profundos emociones y la trágica angustia que respira el texto de García Márquez. Pero estarán obviando que el problema no reside exclusivamente en el fracaso de un guionista: Ronald Harwood. En su descarga diremos que suyo es, entre otros, el oscarizado guión de El pianista.
De acuerdo que Harwood la pifia reduciendo el protagonismo del auténtico epicentro de la novela, Florentino Ariza, y concediendo más líneas de guión de las debidas a Fermina Daza y una pléyade de secundarios que, si en la novela cumplen con su cometido, en el guión vagan perdidos entre lo inexplicable y lo patético.
El fracaso de este drama romántico con ínfulas de thriller es más profundo y complejo. Se sustenta en la desidia de un director en horas bajas, Mike Newell (Donnie Brasco, Cuatro bodas y un funeral), más preocupado del artificio que de la forma, de la pirotecnia que de la gravedad, de los planos preciosistas que de los inteligentes. De unos actores que en el peor de los casos rozan el ridículo y en el mejor son puro error de cásting. El caso notorio es el de Giovanna Mezzogiorno, a quien cuesta creer de muchachita a sus treintaytantos y de anciana torpemente ultramaquillada para ocultar su verdadera edad.
A ello hay que sumar una pésima realización, unos decorados imposibles, unas localizaciones desacertadas, maquilladores que dejan pegotes en el rostro de los actores, la absurda banda sonora cantada por Shakira, un montaje incoherente hecho a base de tijeretazos, una dirección artística nula, etcétera.
Lo mejor: Javier Bardem y Unax Ugalde hacen lo que pueden para salvar la papeleta.
Lo peor: Dos personajes se miran, cae una bomba cerca de ellos y a los dos segundos de explotar se dan cuenta del pepinazo. Esclarecedor.
Mortadelo y Filemón. Misión: Salvar la Tierra.
Puntuación: 1 estrella
El 50 aniversario del alumbramiento de los dos personajes más genuinos y característicos del tebeo español debería ser algo así como una fiesta nacional. Pero parece que la oficialista cultura española, tan dada a rememorar efemérides y homenajear todo lo susceptible, ha preferido relegar al ostracismo el sentido recuerdo a Mortadelo y Filemón.
La edición especial de un cómic y esta película que ahora se estrena son los dos tributos anunciados con los que se pretende agradecer tantas horas de corrosivo humor, agudo cinismo e ironía social que los dos superagentes de la TIA nos regalaron por obra y gracia del genial dibujante Francisco Ibáñez.
Hade 4 años que Javier Fesser logró con bastante acierto traspasar el peculiar universo gráfico de Mortadelo y Filemón desde la historieta a la gran pantalla. Su mayor logro fue dar coherencia interna a un guión de hora y media y recrear con todo lujo de efectos especiales la peculiaridad gráfica del tebeo.
En esta segunda parte que ahora se estrena repite casi todo el equipo técnico y artístico a excepción del propio Fesser, sustituido por Miguel Bardem, y el cartero de oficio y Mortadelo ocasional, Benito Pocino, al que ahora da vida Edu ‘el Neng’ Soto.
Y puede que estos hayan sido los dos principales errores de que Mortadelo y Filemón. Misión: Salvar a la Tierra sea una cinta aburrida y poco apetecible. La irreverencia y freakismo de Fesser se transforma en sequía de ideas y excesos narrativos de Bardem. Y la nula vocalización pero inocente naturalidad de Pocino se echa de menos frente a la rigidez interpretativa de un Soto sin percha para tanto disfraz (por cierto, mucho más cutres respecto a la anterior cinta).
Los únicos gags divertidos proceden de los personajes secundarios (impagable Rompetechos) y, tal y como sucede en el tebeo original, los numerosos chistes semiocultos en el decorado, enriquecidos gracias a unos excelentes efectos especiales. Pero la trama del guión -descompensada en favor de Filemón- produce bostezos, adolece de la frescura y rapidez del cómic y algunos chistes producen vergüenza ajena.
Lo mejor: Los efectos especiales y los gags ocultos en el decorado.
Lo peor: Los malos no tienen gracia y muchas escenas se alargan hasta la extenuación. |