Tropa de élite
Puntuación: 4 estrellas
La izquierda brasileña la ha tildado de fascista, la derecha se apuró en afirmar que la policía nos es corrupta, ese ente abstracto llamado “intelectualidad” le ha dedicado toda clase de improperios, la Brigada de Operaciones Especiales de la policía intentó sabotear su rodaje y, si los narcotraficantes hablaran, seguro que pondrían en su punto de mira a su director, José Padilha.
No me extraña. La espinosa, negrísima, angustiosa Tropa de élite no deja títere con cabeza en su retrato de una sociedad atrapada en un pozo de corrupción y miseria del que ni quiere ni puede salir. Padilha presenta a las clases medias y altas de la sociedad brasileña como el vehículo que promueve y protege a unos narcotraficantes dueños y señores de las favelas; a los agentes de policía como asesinos indiscriminados, torturadores sin piedad o corruptos que sacan su tajada económica mientras hacen la vista gorda; a los políticos como unos protectores del narcotráfico que les sostiene en el poder; a quienes aún creen en la justicia como seres movidos por el odio y la venganza.
Cada fotograma de Tropa de élite respira verdad, devastación, espanto, cobardía. Te deja sin aliento en la butaca a medida que compruebas que no hay esperanza alguna, que todo es autodestrucción, calvario, desconsuelo en esta atronadora denuncia del mal endémico que subsiste en la sociedad brasileña y latinoamericana.
Padilha ha rodado una elegía de una sociedad muerta, nauseabunda, infecta. Y lo ha hecho con valentía, pulso y acierto, retorciendo al desalentado espectador, obligándole a no quedarse quieto, a reaccionar, a posicionarse, a cuestionarse si lo que está viendo es producto de un thriller fantasioso o un desolador documental. Tropa de élite es la mejor película brasileña desde Ciudad de Dios, y como aquella, sus imágenes te vuelven una y otra vez al salir del cine, deseando que lo que has visto sea producto de un ingenioso y maquiavélico guionista.
Lo mejor: Haber rodado en la propia favela, con secuestro de miembros del equipo incluido.
Lo peor: El abuso de la voz narrativa.
Hancock
Puntuación: 1 estrella
He aquí un nuevo engaño del marketing cinematográfico. Si alguno de vosotros os habéis tomado la molestia de ver el tráiler de Hancock, creeréis que la película trata de la redención de un superhéroe torturado, alcohólico, salido, torpe hasta la médula… En fin, un tipo autodestructivo que necesita pegarse unos cuantos tortazos antes de aprender el significado de la famosa frase que el tío de Peter Parker le dijo antes de morir: “Una gran poder entraña una gran responsabilidad”.
Sin embargo, todo lo que el tráiler y la sinopsis prometía se desvanece a partir del minuto 20, cuando nos damos cuenta de que la redención del protagonista es un estirado ‘macguffin’ para relatarnos el clásico melodrama sentimental para lucimiento de Will Smith, una historia de amor imposible con una excusa espacio-temporal que ni Los cronocrímenes.
Y a medida que avanza el metraje, uno se irrita al comprobar cómo se evapora la oportunidad dar una vuelta de tuerca al género, de construir una historia negra, nihilista, mordaz, satírica en torno a los superhéroes, sobre todo en este año en el que cuatro de ellos se asoman a la gran pantalla con exitazo de taquilla.
Will Smith, que de tonto no tiene un pelo, es como siempre productor de la película. Y en función de ello se reserva las mejores escenas de este aburrido melodrama con una excusa temporal que ni Los cronocrímenes. Imagino que al trío protagonista –Will Smith, Charlize Theron y Jason Bateman (Juno)- su participación en Hancock le ha proporcionado suculentos beneficios. Pero sus 92 minutos de metraje son un ejemplo de pobrísima dirección, monótonas interpretaciones y una tediosa sucesión de lugares comunes rematada de forma cursi, sensiblera y esquemática.
Lo mejor: Los primeros 20 minutos.
Lo peor: El resto.
Superagente 86. De película
Puntuación: 0
Hay que tener mucho cuidado a la hora de homenajear a una serie de televisión mítica, ya que a nada que a guionistas y director se les vaya un poco la mano te puedes encontrar con una película que traiciona el espíritu original de la serie (Los Picapiedra), se convierte en una parodia de sí misma (Corrupción en Miami) o remata la serie original con total desacierto (Sexo en Nueva York).
Superagente 86 fue una fantástica comedia de enredo creada por Mel Brooks, todo un especialista en el género, allá por 1965. En los albores del nacimiento cinematográfico de James Bond y en un momento en el que hacer chanzas sobre la Guerra Fría era bastante infrecuente, Brooks se sacó de la manga al anti-Bond, a un personaje llamado Maxwell Smart. Acompañado de su compañera “99”, el Superagente 86 trabaja en la organización secreta Control con el único objetivo de parar los pies a su homóloga comunista Caos.
Salvo por alguna reposición esporádica, una gran parte de los espectadores actuales acudirá al cine a ver este homenaje de una serie que jamás habrán visto. Un factor que los guionistas de la cinta han utilizado a su antojo para recrear esta versión demasiado libre y descafeinada, tan torpe como las desventuras del Superagente 86.
Lo que en la serie original era una disparatada comedia de tono inocente, una mordaz crítica a la paranoia mundial por la Guerra Fría con episodios antológicos como aquel en el que los agentes deben enfrentarse a fotocopias de sí mismos, en esta nueva versión para la gran pantalla es humor simple, casi siempre chabacano, sólo apto para mentalidades de no más de doce años de edad. Steve Carell y Anne Hathaway realizan unas actuaciones de mero trámite, sucumbidos por un errático guión que no saca partido de las escasas situaciones cómicas que plantea, incluso en aquellos gags que han sido rescatados de la serie.
Esta es la tercera película que sobre el Superagente 86 se ha rodado. Y, como sus predecesoras, no hace justicia a la calidad de una serie que enganchó durante cinco temporadas a millones de personas en todo el mundo. Esperemos que al menos sirva para que se edite la serie en DVD y podamos disfrutar de nuevo de la excelente y genial interpretación de Don Adams y Barbara Feldon.
Lo mejor: La recuperación de elementos nostálgicos de la serie como el cono del silencio o el zapatófono.
Lo peor: El humor grosero, tosco y chabacano de muchos de sus gags.
Funny Games
Puntuación: 3 estrellas
Hace ahora once años que el director alemán Michael Haneke sorprendió y encandiló al personal con la brillante, irónica, aterradora Funny Games, una arriesgada reflexión sobre la violencia y el mal con La naranja mecánica de Kubrick como claro referente intelectual.
Funny Games narra el descabellado juego iniciado por dos sádicos adolescentes que secuestran a una familia tipo (matrimonio e hijo pequeño) en su casa de campo veraniega para someterles a un mortal juego por la supervivencia. El mayor hallazgo de la cinta de 1997 fue la construcción de una densa atmósfera que lograba que el espectador se asfixiara a cada fotograma de historia impredecible en todo momento.
Haneke, además, rompía la cuarta pared cinematográfica –rebobinando y redefiniendo la imagen- para involucrar sentimentalmente al espectador en el desgraciado apocalipsis de la familia y, de paso, lanzar una contundente critica a la violencia que destilan los medios de comunicación actuales.
En esta tarjeta de presentación ante Hollywood, Haneke se remakea a sí mismo calcando plano a plano de cada secuencia original, sólo que esta vez con muchos más medios económicos –lo que se traduce en una espectacular puesta en escena- y un reparto de estrellas encabezado por Naomi Watts –sobresaliente su trabajo-, Tim Roth o el icono ‘indie’ Michael Pitt.
Es de agradecer que Haneke se haya mantenido fiel a su esencia rodando este duro alegato contra la violencia en un Hollywood que constantemente hace apología de ella. El problema es la autocomplacencia que irradia la nueva versión. Aunque el director alemán intente convencernos de que este remake pretende difundir la obra original a un público masivo y de que para muchos espectadores es un film completamente nuevo, lo cierto es que Haneke podía habérselo currado más y plantear alguna nueva perspectiva sobre su obra. O eliminar los errores cometidos en el original y reformular sus principios tras una década en la que la sociedad y su cine han evolucionado.
La nueva versión de Funny Games es buena porque el material original lo era. Pero aquellos que vieran la versión de 1997 se pueden ahorrar el sufrimiento y la incomodidad que inevitablemente provoca este terrorífico film.
Lo mejor: Las interpretaciones, especialmente Naomi Watts.
Lo peor: Si viste la primera versión, vete a ver otra.
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