|
Una chica cortada en dos
Puntuación: 2,5 estrellas
Es muy probable que nunca sepamos de cuántos secretos, engaños y mentiras se forja el efímero triunfo de quienes ocupan semanalmente las portadas de las peores revistas. Qué peaje habrán pagado para convertirse en objeto adorado por las cámaras, qué mundos de falsas apariencias habrán transitado para formar parte de la gran mentira de la fama catódica. Y sobre todo, cuán dolorosa será la caída, a quiénes arrastrarán cuando la envidia, la inseguridad y el fracaso hagan mella en sus frágiles vidas.
El director francés Claude Chabrol adopta la posición de entomólogo eficaz de la sociedad contemporánea para retratar tres historias sobre el éxito, la pasión y la mentira en Una chica cortada en dos. La mujer a la que hace referencia el título no es otra que una presentadora del tiempo en una cadena local de Lyon que busca el éxito fácil, la fama y el reconocimiento, para lo cual no duda en utilizar todo su encanto personal frente a quienes la rodean.
En ese afán, la joven Gabrielle se enamora de un reputado, mujeriego y depravado escritor que la manipula a su antojo en su mundo de cinismo y se casa con un desequilibrado, acomplejado y sociópata millonario con una capacidad destructora fuera de toda duda.
Con la lejanía emocional y habilidad diseccionadora que siempre le ha caracterizado, Chabrol construye sin demasiados esfuerzos una tragedia en torno a uno de sus temas predilectos: la infelicidad de la burguesía provinciana.
Celos, traiciones, bajas pasiones y asesinatos vuelven a aparecer en el cine de este prolífico e irregular autor francés, como ya lo hiciera en La dama de honor o La ceremonia.
Nada que reprochar a las ya glorificadas formas de un Chabrol que a sus 78 años sigue raptado por la plausible necesidad de rodar un film al mes. Pero frente a títulos recientes como Borrachera de poder o El infierno, Una chica cortada en dos se queda en un título simplemente correcto y preocupantemente lineal.
Lo mejor: El metafórico final.
Lo peor: Chabrol se entrega a la autocomplacencia narrativa.
Sultanes
Puntuación: 1 estrella.
“¿Qué salió mal?”, se pregunta una y otra vez uno de los cariacontecidos personajes al comienzo y final de Sultanes. A la vista del resultado de este extravagante, grotesco, disparatado pseudothriller de atracos cabría pensar que realmente nada salió bien.
La historia es la de siempre. Una banda de ingeniosos atracadores consigue salirse con la suya y robar 12 millones en un banco mexicano. Para su blanqueo, huyen a Argentina donde un contacto les hará el cambio de moneda que les permitirá comenzar una nueva vida. Y claro, pasa lo de siempre cuando se negocia con lobos, que es imposible librarse de los traidores zarpazos de quien tiene hambre de dinero y poder.
Se nota que su director, el mexicano Alejandro Lozano, ha estudiado minuciosamente las claves del cine de Quentin Tarantino, Brian de Palma, Michael Mann, Robert Rodríguez y Martin Scorsese. Pero una cosa es que esas sean sus fuentes de inspiración estéticas y otra muy distinta que se dedique a calcarlas y contraponerlas con escasa coherencia con el fin de envolver un guión que hace aguas por todas partes.
Porque lo que en Reservoir Dogs era una irónica reflexión sobre el poder y la violencia, en Sultanes se queda en meros barridos de cámara, atracadores encorbatados pero planos y una ruidosa banda sonora. Lo que en Atrapado por su pasado era talento, negrura y fatalismo, aquí es simplemente grandilocuencia, pretenciosidad y aburrimiento. Mientras que Heat respiraba clasicismo, abnegación y fuerza, Sultanes nunca escapa de un rosario de clichés y hoquedad semántica.
Sobre todo porque detrás de todo ello se encuentra una película que nunca se sale de lo esquemático, de previsibles giros de guión, de enredos sentimentales que poco aportan, de personajes planos como consecuencia de un guión –obra del actor Tony Dalton, que por cierto se reserva los mejores diálogos- que hace aguas por todas partes.
De la puesta en escena se encargan un mohíno Dalton, un Jordi Mollá apático, una Ana de la Reguera incómoda en la piel de mujer fatal y un apreciable Silverio Palacios en el clásico papel del ladrón ingenioso, populachero y chistoso.
Claro que uno les olvida a todos ellos cuando aparece en escena el villano al que apodan El Tejano, interpretado por un desconocido Celso Bugallo, cuyo trabajo oscila siempre entre lo patético y lo ridículo. Tan maquiavélico y excéntrico malvado termina de conferir a Sultanes un genuino tufo a serie B, que sería apetecible si no fuera porque la película iba muy en serio.
Lo mejor: El tramo inicial, te hace creer que Sultanes será al menos entretenida.
Lo peor: La desternillante interpretación de Celso Bugallo, aunque ése no fuera el objetivo.
Una noche para morir
Puntuación: 0
La fórmula funcionó a pleno rendimiento durante los 70 y los 80. El planteamiento era tan básico como efectivo. Se tomaba a un grupo de adolescentes en plena efervescencia sexual, se les responsabilizaba de algún oscuro acto y un psicópata con muy malas pulgas les iba rebanando la cabeza indiscriminadamente.
Así surgieron obras maestras del ‘slasher’ como Viernes 13, Halloween, La matanza de Texas o Pesadilla en Elm Street, última de estas cuatro citadas que dentro de poco también gozará de un remake. La avaricia llevó a que los estudios mataran a la gallina de los huevos de oro a base de productos manidos y mediocres como es el caso que nos toca: Una noche para morir.
Una cinta que se enmarca dentro de la nueva moda de realizar refritos de películas de terror consagradas para ganar mucho dinero gastando muy poco en originalidad. Esta vez, la cinta ‘objeto de revisión’ es la ochentera Noche de graduación que interpretó Jamie Lee Curtis.
En la nueva versión, Curtis le cede el testigo a la pánfila de Brittany Snow, que parece haber nacido para convertirse en otra ‘scream queen’ sin talento. Parecía difícil superar el sopor y aburrimiento que este año nos han regalado olvidables títulos como Retratos del más allá o Llamada perdida, pero Una noche para morir logra ser más mala que las otras dos juntas.
¿Y de qué va esta nueva ‘joyita’? Pues de un ex profesor de instituto que huye de la cárcel y persigue a Donna, la joven estudiante de la que un día se enamoró. El ‘profe’ fue enjaulado por matar a la familia de Donna. Como ella logró sobrevivir a la matanza, se convirtió en la principal testigo de la acusación y, claro, el tipo reclama ahora venganza persiguiendo a Donna y a sus insoportables amiguitos.
Lógicamente, el argumento es lo de menos. Lo de más es cómo se repite una y otra vez el mismo molde de siempre, cómo se le intenta colar a la gente esta chorrada con el avaricioso fin de ganar pasta. Porque Una noche para morir es mediocre, desesperante, interminable. Luego pedirán que la gente no se la ‘baje’ para salvaguardar a no sé qué industria. Si es que…
Lo mejor: Te da igual lo que les pase a los protagonistas.
Lo peor: Por no tener, carece hasta del exigible ritmo. |