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10.000
Puntuación: 0
Mediocre, ridícula, desesperante, absurda, insulsa, lamentable, monótona, penosa, aburrida, infumable... Así podríamos seguir encadenando adjetivos hasta el infinito y seguramente ninguno terminaría de describir lo soporífera y mala que es 10.000, una odisea épica que termina por provocar la risa y desesperar al sufrido espectador que pague por ella.
No se dejen llevar por su tramposo cartel (el tigre de dientes de sable aparece ¡dos minutos!), ni por ese título que induce a relacionar este tostón con la entretenida 300. A 10.000 no hay por donde cogerla.
Decir que es el peor trabajo hasta la fecha de Roland Emmerich quizá sea hasta hacerle un favor a un director que ha destruido Nueva York en tres lamentables ocasiones (Independence Day, Godzilla y El día de mañana) y tuvo el valor de rodar Soldado universal o El patriota.
A quienes aún les queden ganas de leer más sobre esta cinta, les diremos que la historia se ambienta en el año 10.000 (el único dato verdadero de la cinta, por cierto). D’Leh es un musculado jovencito -ya había gimnasios en la antigüedad- que vive en una aldea donde todos parecen rastafaris sacados del Lavapiés más cool. Todos tienen muy cuidada su dentadura y hablan en un lenguaje lleno de términos modernos.
Por esas cosas de la edad, D’Leh anda enamorado de una muchacha de ojos azules, con toda una leyenda detrás de ella, según intenta explicarnos una y otra vez la hechicera de la aldea. Hasta la apacible aldea llega un grupo de señores de la guerra que asolan el lugar y se llevan a la muchacha. D’Leh emprende su búsqueda hasta los mismísimos “confines de la tierra”.
¿Os suena el argumento? Sí, amigos, es Apocalypto. Solo que en este caso los ¡5 guionistas que la han escrito! han aderezado la narración con mamuts -aún no se habían extinguido, según Emmerich- y cambiando las pirámides mayas por otras que recuerdan mucho a las egipcias, y eso que aún faltaban más de 6.000 años para que la primera pirámide fuera construida.
El disparate que ha cometido Emmerich sería digerible si hubiera algún momento interesante en sus casi dos horas de duración o al menos unos efectos digitales que no parezcan de videojuego barato. Pero no hay ni eso. Si os atrevéis a verla, no os perdáis el impagable final. De los más patéticos que recuerdo haber visto.
Lo mejor: Al menos te ríes, aunque ese no fuera el objetivo inicial.
Lo peor: Ese sacerdote mezcla de Rappel y el ‘Po zí’.
Cometas en el cielo
Puntuación: 2,5 estrellas
En líneas generales, la nueva película del director alemán Marc Forster es digna de aplauso. No era fácil adaptar una novela tan rica en matices como la que escribió el médico afgano Khaled Hosseini y recrear tres periodos históricos del Afganistán moderno: el luminoso y colorista de los 70, el gris y corrupto de la invasión rusa y el desolado e infernal del régimen talibán.
Con una filmografía diversa que abarca títulos como Descubriendo Nunca Jamás, Monster’s Ball, Tránsito y próximamente la nueva de James Bond, el alemán demuestra su probada versatilidad para adentrarse en la sociedad afgana -la nativa y la emigrada- y en una historia que explora los complejos rincones del alma humana para intentar convencernos de que los errores pueden ser enmendados.
Una historia de redención en tres tiempos fundamentada en una amistad, la de los niños Amir y Hassan, y un acto de cobardía que la rompe y une a la vez a lo largo de más de dos décadas. Todo ello con el trasfondo de esas cometas, siempre ondeando tristes, metáfora perfecta de una sociedad en la que impera la ley del más fuerte.
Forster acierta al ofrecer los papeles a actores desconocidos y arriesga al coquetear con una fotografía que a veces puede resultar demasiado lírica. Pero el gran problema de Cometas en el cielo reside en el guión de David Benioff (que ya la pifió en Troya y Tránsito).
El guionista descompensa la cinta al dividirla en una primera hora y media de drama sentimental y una última media hora de thriller que nunca termina de cuajar. Benioff preserva del libro original unos diálogos a veces muy poéticos pero que carecen de la obligada profundidad psicológica de unos personajes principales cuyas decisiones emocionales se difuminan en exceso. Algo que afecta a otros momentos del relato, como el regreso y salida del Afganistán talibán, banalizado hasta lo inverosímil.
Lo mejor: La banda sonora de Alberto Iglesias. De verdad.
Lo peor: La superficial adaptación de la novela, que difumina la psicología de los protagonistas.
Mi monstruo y yo
Puntuación: 1 estrella
La amistad entre un animal y un niño nos ha regalado grandes momentos. 101 dálmatas, Mi perro Skip, Beethoven, Perro al rescate y el año pasado -aunque fuera animada- Ratatouille, siguen emocionando y sacando al niño que todos llevamos dentro.
En Mi monstruo y yo -desafortunado título español para The water horse (‘El caballo marino’)- el relato gira en torno a la ternura y sensibilidad de un niño incomprendido y marginado que se hace amigo -nada menos- que del ‘monstruo’ del lago Ness. La historia comienza cuando Angus lleva a casa un misterioso objeto encantado que encuentra en la playa, De él nace la criatura que protagoniza la más célebre de las leyendas celtas.
Los intentos de ocultar al bichejo quedan en un segundo plano ante la dramática ausencia del padre de Angus, que combate en la II Guerra Mundial, y la llegada hasta las remotas regiones del lago de un batallón dispuesto a frenar la posible entrada de los soldados nazis a Gran Bretaña mediante el uso de submarinos que remonten el lago Ness. Insulsas tramas que no ocultan la evidente escasez de ideas del relato.
Si la cinta abandonara el algún momento su genuina ñoñería y fuera un honesto ejercicio de estilo, podría haber aspirado a convertirse en un digno título para toda la familia. Pero en vez de eso, el guionista que ha adaptado el cuento, Robert Nelson Jacobs (Chocolat) y su director, Jay Russell (Brigada 49), caen en el conformismo de lo obvio, en la pretenciosidad de mezclar géneros dispares como la comedia familiar, el drama bélico, el cine de suspense y el cuento de aventuras infantil. Un totum revolotum del que era desde luego difícil sacar algo en claro.
Al menos, el monstruito se luce a base de bien, el problema es que cuando desaparece del encuadre, su ausencia de echa demasiado menos. Los efectos digitales en 3-D contribuyen decisivamente a ello. Sus responsables nos regalan los mejores momentos de esta cinta que alimenta el mito y la leyenda del monstruo del Lago Ness con la (sana) intención de atraer turismo a Escocia. ¡Todo sea por visitar las Highlands!
Lo mejor: Los efectos 3-D. Aquí se lo han currado más que en 10.000.
Lo peor: La inexplicable tensión sexual que respiran algunas escenas en un título familiar. |